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El verano sin hombres - Siri Hustvedt
El verano sin hombres
De Siri Hustvedt
Anagrama, 2011, 218 pág.
Por María Cristina Oleaga
mcoleaga@elpsicoanalitico.com.ar
 

Mia tiene 55 años cuando Boris, después de 30 años de matrimonio, le dice que se tomará una “pausa”. Para ella, y desde entonces, Pausa será el nombre de la Otra, esa francesa, 20 años menor que Boris, el hombre de quien creía saberlo todo. En la novela, una exploración en la intimidad femenina, esa ruptura es la ocasión para un viaje, en la geografía y en el tiempo.

Alguien una vez me dijo, y lo comparto, que Woody Allen tenía una gran virtud: era muy indulgente con sus personajes. Es lo que me inspira tanto Hustvedt como su personaje, Mia. Las mujeres -niñas, adolescentes, jóvenes, ancianas- son tratadas con especial delicadeza. La protagonista las descubre y redescubre, las deshoja y les encuentra todo tipo de matices. Este trabajo con las otras lleva a Mia a enhebrar recuerdos propios, las más de las veces teñidos de ternura incluso cuando son angustiantes. Pese a que Mia cree que “El hombre es un lobo para el hombre” hay una apuesta fuerte al rol del amor en el vínculo entre las mujeres como un sostén a pesar del dolor de la vida.

En cuanto a la relación entre mujeres y hombres, Hustvedt es aguda al apreciar que sus diferencias no impiden la vacilación y el sufrimiento que, como sujetos, ambos padecen. Su ‘feminismo’, en todo caso, no es ciego: “Hay tragedias y hay comedias, ¿no es así? Y a menudo se parecen más entre sí de lo que difieren, como las mujeres y los hombres, si queréis saber mi opinión. El éxito de una comedia radica en terminarla justo en el momento indicado.”  Su feminismo consiste en rescatar múltiples versiones de la feminidad, más allá de lo que imponen los moldes sociales.
Otro eje de la novela, y también de la vida para la autora y su protagonista, es el arte, la música,  la literatura, el poder de la palabra, el auxilio de la poesía, su consuelo. Mia crece, a pesar de  su angustia, de la mano de las otras a las que sabe mirar y del poder del símbolo en el que se refugia: “Todos nos estamos muriendo, uno  a uno. Olemos a mortalidad y no podemos desprendernos de ese aroma. No hay nada que podamos hacer excepto, quizás, romper a cantar.” Tolerar la vida gracias a sus productos, el amor y la creación. Lola, la mujercita  más pequeña de la historia, se lamenta por no poder entrar con sus muñecos a la casita: “Qué pena que yo sea de verdad y no pueda entrar en esta casita y vivir en ella.” La protagonista, es su encanto y su talento, puede entrar y salir de las ‘casitas’.  Deseamos llevarnos ese don al cerrar el libro.

 
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